Diminutos gusanos disfrutaban de un gran festín de
carne muerta y putrefacta, anclada sobre los cadáveres mutilados que decoraban
el Bosque. Robles y castaños habían sido arrancados de cuajo, como si de
dientes infantiles a punto de caer se tratasen, y, con su madera, habían
fabricado gruesas estacas decorativas con las que sostener los cuerpos. Era más
que evidente que, el Autor de aquel Escenario de Terror, había sido Lord Tepes
y su extraordinario y macabro arte para empalar.
- ¡Mierda! – Alzó la antorcha, dejando que el
Fuego que batallaba con la creciente Oscuridad, le mostrara lo que no quería
encontrar. Aguantó la respiración, ignorando por completo los nervios que se le
enredaban en el estómago y que, ansiaban por encima de todo, convertirse en un
Mal Presagio. - ¿Dónde estás? ¡Joder! ¿Dónde?
Uno a uno, los Rostros fueron desfilando ante la Mirada
Ambarina de Skarly, contándole una Vieja Historia que, por desgracia, ya había
escrito su Final. Allí estaban casi Todos…
Estaba Odín, con su ojo sano haciendo puenting desde
una cuenca vacía, balanceado suavemente por una mano invisible. Cegado. Con el
hueco del izquierdo remendado con finas hebras hechas de tripa de cuervo. Hugin
y Munin yacían a sus pies, Pensamiento y Memoria destripada sobre una fina capa
de plumas negras.
Y Kali, con la piel desteñida, desprovista del azul del
cielo que la coloreaba. Calcinada, recubierta de costras y cenizas que, con la
brisa nocturna, se esparcían en todas las direcciones. Con todos sus brazos
cercenados y nuevamente cosidos en los costados de Shiva, ampliando así sus
extremidades. Ambos esposos mirándose fríamente, sin poder hacer nada la una
por el otro.
También estaba Zeus. Padre de Dioses y Hombres, que se
habían quedado huérfanos. Y Tirawa. Creador del Mundo para la Tribu de los
Pawnee. Marte, que, junto a Ares, jamás volvería a triunfar en ninguna
Guerra. Epona. Diosa Celta de los Caballos, la Fertilidad y la Naturaleza
tampoco volvería a seducir Mortales.
Y la larga Lista continuaba… Y continuaba…
- Umm… No deberías estar aquí… Es… Peligroso.
– Unos Iris Azul Hielo se detuvieron sobre la Luz que tintineaba asustada entre
los allí reunidos. Sin salir de su escondrijo, la Voz rasgó el aroma a
putrefacción que lo inundaba todo, dotándole a las Palabras de un tono
travieso. - Divertido. Pero peligroso.
- ¡Joder! ¡Menos mal! – No le vio, pero le
sintió próximo. Muy próximo. Tan cercano, que podía escucharle el Corazón
dentro de su propio pecho. - ¡Te estaba buscando! ¡Tenemos que irnos!
- Emm… - Esperó un par de segundos antes de
volver a hablar, observando con detenimiento y curiosidad a la Mujer. Dejó que
el tiempo volara, disfrutando de lo que su mirada contemplaba, estudiando cada
centímetro de su Anatomía, con la extraña Sensación de que la conocía desde
siempre. - ¿Estás de coña? ¡Ni siquiera sé quién eres!
- ¡Joder! – Gruñó, permitiendo que la
urgencia por salir del Bosque de Empalados se apoderase de todo su ser y, sin
ningún tipo de delicadeza, apuntó en la dirección de su Interlocutor,
enfrentándose directamente a Él. - ¿Eres Gilipollas?
- Pero… ¡¿Qué cojones haces?! – Deslumbrado,
se dejó ver por completo, apoyándose en una de las estacas que aún no tenía
morador. Fingiendo una timidez que no poseía en realidad, cruzó los brazos
sobre su abdomen, cubriendo la desnudez de un torso mil veces tatuado con
cicatrices. - ¿A qué quieres jugar?
- Yo no…
- No deberías dirigirte a mí así… ¡No sabes
de lo que soy capaz! – Abandonándose al depredador que llevaba dentro, se
irguió de pronto y, lentamente, la rodeó, dándole la espalda. Caminó un par de
pasos y, cuando se encontró frente a frente, con Artemisa se detuvo. Sensual,
su Índice recorrió la frontera que separaba los pechos cubiertos de sangre de
la Amazona y, cuando la caricia finalizó, se lo llevó a la boca, degustando su
sabor ferroso. - ¡No tienes ni puta idea de quién soy!
- ¡Escucha! – Giró como una Bailarina de
Ballet sobre las puntas de sus pies e, incapaz de dejar de seguirle con la
mirada, comprendió porqué nunca antes se había presentado ante a Él. Le atraía
a rabiar. Y eso, no era bueno. Hipnotizada, con cada uno de sus gestos, no tuvo
más remedio que sacudir la cabeza ante la extraña y morbosa imagen que le
regalaba. - ¡No tengo tiempo para esto! ¡Sé quién eres! ¡Taranis! ¡El
Atronador! Perteneciente a Triada de los Dioses De La Noche y… Bla, bla, bla…
¿Te sirve?
- Emm… Psss… - Inconscientemente, Taranis
hizo un gracioso mohín, de niño pequeño cazado en plena gamberrada. Y, acto
seguido, se encogió de hombros, restándole importancia al hecho de que supiera
más sobre Él, de lo que realmente habría imaginado. Aunque, en el fondo, le
resultó preocupante. - Supongo que podría valerme.
- ¡Nos vamos! ¿O qué? – Un grito desgarrador
resonó en su nuca. Era un aullido de aviso, el último suspiro de una Deidad que
abandonaba su Inmortalidad. Sin pensarlo y acostumbrada a ser la barrera que se
interponía entre Lord Tepes y el Atronador, Skarly despertó a su espada, dormida
hasta entonces en su vaina. - ¡Joder! ¡Se acabó! ¡Ahora! ¡Nos vamos!
- No. – Reforzó su negación con un movimiento
de cabeza enérgico. No. Era el Dios del Trueno, la Luz y el Cielo. Protector de
la Rueda Cósmica. No iba a irse. Si debía morir allí, lo haría. Luchando. Ya no
quería esconderse más entre Mortales. – No. No voy a ir a ningún sitio. Ni
contigo, ni con nadie.
- ¡Mierda! Confirmado. Eres Imbécil. Ya me
habían avisado sobre ello. – En su puño izquierda, la tea iluminaba las
Tinieblas. En la mano derecha, el metal se alzaba protector. Pero no podía
protegerle si no decidía. Así que, siguiendo un “dum-lup” rebelde de su
Corazón, Skarly soltó la antorcha, dejando que la Oscuridad los engullera. Sin
permiso, enlazó los dedos sobre la muñeca de Taranis y, suavemente, los deslizó
hasta que se encontraron con los del Dios y se abrazaron mutuamente. - Me llamo
Skarly. Soy una Sombra. Soy tu Sombra.
- ¿Tú? ¿En serio? – Ante el tierno contacto, una
corriente eléctrica le sacudió el Alma como nunca antes le había ocurrido.
Acostumbrado a presenciar sin pestañear los múltiples sacrificios humanos que le
ofrecían los Druidas, el Atronador se vio obligado a dejar de respirar durante
un segundo. Espalda contra espalda, agradeció que Skarly no pudiera ver su
rostro, desencajado por las múltiples sensaciones que le provocaba la Sombra.
Su Sombra. – Una Cría disfrazada de… ¿De qué vas disfrazada?
- ¡No es un disfraz! – Deseó echarse a
temblar. Correr como una niña asustada entre los Árboles de Carne que les
observaban mudos. Deshacer todos y cada uno de los Juramentos y Votos que la
habían llevado a ser una Sombra. Aunque también deseó no soltarse. Skarly no
quiso soltarse. No quiso soltarle. Deseó fingir que no tenía ni pizca de Miedo.
– Y no tendrías que…
- Pues… Lo parece. Es… ¡Sexy! ¡Me gusta! –
Como enemigo de aquella conversación, en apariencia, trivial, los dedos de
Taranis se aferraron aún más a los Skarly y, con un tirón tan insignificante
como su parloteo, la obligó a encontrarse con su mirada azulada. Cara a cara,
respiración contra respiración, latido a latido, sus Labios, en un acto de
valentía sin igual, se estamparon contra los de su Sombra, hasta beberse todos
los Besos que sabía que jamás podría darle.
- ¡Que mue-vas… - Y, con el mismo coraje, Skarly
también se perdió entre los Labios de Taranis, relanzándose contra su Boca,
como si fuera un tren sin frenos. Descontrolada, sabiendo que aquello estaba
prohibido por sus Leyes, la Sombra se dejó llevar, robándole todos los Besos
que, un suspiro antes, el Dios le había quitado. De pronto, el Atronador se detuvo.
Vulnerable por primera vez en su larga existencia. - … el culo!
Sombras. Mortales que veían el Mundo de lo Imposible.
De lo Increíble. Humanos elegidos por las Hilanderas del Destino para proteger
a las Deidades, para impedir que, aquel Plano que era Invisible para muchos, no
fuese destruido y olvidado entre Mitos y Leyendas. Pero en plena Era Digital y
Tecnológica, ya Nadie creía en Nada. Y, aprovechándose de ello, Algo o Alguien
había removido los cimientos del Monasterio de Snagov, despertado al Dragón y
sembrado el Caos entre los distintos Panteones. Muchas Sombras se habían
desvanecido ya, bajo los juegos sangrientos del Príncipe de Valaquia, y junto a
ellas, los Dioses a los que debían defender.
A lo lejos, desde una Atalaya hecha de Huesos y
Cemento, Lord Tepes sonrió, abandonando el Telescopio por el que tanto le
gustaba mirar su Bosque del Horror. Era una Escena tan Tierna, tan Romántica…
Tan impropia de Taranis que, algo en su interior, le dijo que una Flecha de
Eros le había atravesado el Corazón y, bien sabía el Empalador, que no había
nada más jugoso que asesinar a un Dios enamorado, después de ver morir a su
Amada.
- ¡Elisabetta! ¡Querida! ¿Te apetece ir de
excursión al Bosque? ¡La Sombra de Taranis se ha perdido entre las Estacas!
¡Corre! ¡Esta Noche va a ser muy Especial!
Comentarios
Publicar un comentario