Borde. Chula. Rebelde. Infantil. Inocente. Fuerte.
Luchadora. Cabezota. Orgullosa.
Mi Bisabuela era Roja declarada. Mujer fuerte de carácter,
con las ideas demasiado claras y con la política recorriendo sus venas como un
ciclón, estuvo en la cárcel durante la Guerra Civil Española. Mi Abuela Materna
me habla mucho sobre ella, de hecho me cuenta detalles increíbles sobre el
conflicto, describe con precisión el sonido de las bombas al estampar contra el
suelo, los socavones, el terror haciendo temblar el cuerpo… Me explica que
estuvo poco tiempo en el colegio; que con la llegada del hambre, Machaquito, el
gato de la familia, desapareció un día, dejando claro que, fue más que evidente
que, el pobre minimo terminó en el buche
de alguien tan hambriento como ellos mismos. La soledad y el miedo debía ser el
día a día de una niña pequeña que, al despertar una mañana, descubrió que su
mamá no estaba. Me gusta escucharla, me sé sus historias de memoria y, siendo
sincera, nunca me canso de su voz, de su voz cansada y luchadora, relatando
anécdotas sencillas, duras, divertidas… que son capaces de erizarme la piel, de
darme frío y calor al mismo tiempo. Aunque mi parte favorita, de la que más
orgullosa me siento, a pesar de que mis recuerdos sobre la Bisabuela Esperanza
son nulos (Nulos, porque murió cuando yo no era más que un bebé, así que… Así
que digamos que Ella sí que me recuerda a mí y que, desde algún lugar entre las
nubes más altas del firmamento, vigila mis pasos…), es aquella en la que,
amparada por sus Ángeles Custodios más protectores, fue liberada de su encierro
y, tras él, su casa se convirtió en un refugio para todas las mujeres que, tras
años detrás de los barrotes, salían a la calle y se sentían perdidas, sin saber
a dónde ir en mi ciudad natal, sin saber qué sería de ellas, cómo sería su
Destino a partir de aquel momento, marcadas por unos ideales que llevarían
siempre tatuados en el corazón.
Pero la Historia no termina ahí. No. Mi Abuela es una de las
mujeres más fuertes que conozco, más valientes y más luchadora. No solo se
enfrentó a la sangre, a los muertos, a la falta de Libertad y al silencio que
lo arrebata todo en la guerra, sino que, además, tuvo que ver como su hijo mayor
(Mi tío más querido a pesar de que ya no esté aquí) sufría una enfermedad
grave, una condena que lo torturó durante toda su vida y que, sin embargo, nos
dio a todos, o al menos a mí sí, una de las lecciones más grande de mi
existencia: Las diferencias son lo que nos hacen únicos, las diferencias nos
hacen especiales y, esa enseñanza, es la que ha hecho que, desde bien
chiquitita, tenga mi propia visión del Mundo. Mi Abuela tiene una memoria
extraordinaria, recuerda cada detalle, cada momento, cada sensación… Le gusta
leer y hacer crucigramas. Ha pasado unas cuantas décadas (Quizás desde antes de
que yo tenga memoria) enfrentándose al Diablo en una de su formas más crueles,
de esas en las que ataca a quien es sangre de tu sangre, y nunca lo deja en
paz. Nunca se ha rendido. Nunca ha descansado. Siempre velando por todos, rezando
a su Dios para que nuestra vida sea amable, para que nunca nos suceda nada…
Regalándome todas sus enseñanzas e historias, mi amor a la lectura, esa forma
de no dejar de luchar, a pesar de las adversidades…
La Historia es Interminable, bien lo sabía Michael Ende. Mi
Madre continuó con el legado de rebeldía, imponiendo sus pensamientos de
libertad sobre un padre bastante protector, comunista y que, tras tener su
propia historia complicada y difícil, logró encontrar su hueco en este Planeta.
Hippy hasta la médula en sus tiempos mozos, pez en el agua nadando a
contracorriente entre los garitos más estrambóticos de la ciudad, seguidora de
Deep Purple y con una sensibilidad muy especial. Mi Madre fue extremadamente
fuerte, demasiado, más de lo que deja ver en apariencia, pues, no solo tuvo que
convivir con el calvario que sufría su hermano, sino que, llegado el momento,
se vio obligada a tomar una de las decisiones más difíciles: La incapacitación.
Incapacitar a alguien a quien quieres con locura para protegerle, para poder
cuidarle, para que todo pueda ser un poco más amable… ¿Os hacéis a la idea de
ello? Mi madre trabaja en una residencia de ancianos, los cuida y los mima, les
lleva algunas chuches a escondidas, hace que sus años de vejez se vuelvan algo
más entrañables… Trabaja mucho, a pesar de que también tiene sus propios
achaques, a pesar de la fibromialgia y las migrañas (De las jodidas, de las que
tienes que encerrarte a oscuras y sin ruidos) A pesar de todo ello… A pesar de
todo ello, sonríe. Pero también llora en muchas ocasiones. A escondidas. No hay
otra forma de expulsar el dolor, al menos, las lágrimas sirven para calmar el
Alma.
No solo hay mujeres en mi propia Historia Interminable. Hay
un Hombre. Muy especial. Un hombre capaz de sacarme de quicio, de exigirme como
nunca nadie lo ha hecho, de sacar mi lado más combativo y guerrero, contra el
que más discuto porque me reta desde siempre. Mi padre. Mi padre… Nació en una
aldea del Norte, pequeña, rodeada de bosques de pinos, robles y castaños, helechos
que te pueden llegar a la barbilla y tojos que pinchan sin compasión. A pesar
de que mi abuelo era picapedrero (Algo que hizo que sus pulmones terminasen
hechos polvo, provocando un asma que mi primo y yo hemos heredado y que hace
que comparta mi vida con un mi querido Terbasmin… Hay que tomárselo con humor
;P), también vivían de lo que la huerta, el campo y las vacas les ofrecían. Mi
padre es el más pequeño de tres hermanos, el cerebrito, el que logró abandonar
su hogar con una beca y terminar en un seminario extremeño (Se suponía que iba
a ser cura… Siempre me he preguntado si no fue más que una estrategia para
poder estudiar… ^^), muy lejos de su familia. Mi padre tuvo una infancia dura,
demasiado difícil. No le gusta hablar mucho de ello, creo que le duelen los
recuerdos, de verse a sí mismo como un niño de siete años, caminando a ciegas
por los caminos, tirando de una vaca tras un duro día de trabajo. A veces,
habla de cuando tenía que hacer cambio de tren, en Salamanca o Benavente, de
aquella extensión de tierra solitaria, andando con su maleta a cuesta. Un niño
dejando atrás todo lo que era, para convertirse en un adulto. No fue un santo.
A veces, también cuenta que los curas confiaban en él, que les dejaban las
llaves, gracias a esa responsabilidad que siempre demostraba en los estudios, y
que, de vez en cuando, hacía sus escapadas nocturnas por la ciudad con sus
compañeros. Su carácter es frío, duro, pero, al mismo tiempo, tiene ese punto
de diversión, de hacer tonterías que te provocan risas sí o sí. Mi padre… Es mi
padre.
Dicen que somos genética. Dicen que en nuestros genes, que
en nuestro código genético, está definido quienes somos. Dicen que todo lo
aprendido por nuestros antepasados queda reflejado en ese ADN que nos hacen a
todos tan distintos, en esos alelos que compartimos con nuestra familia de
forma única.
Yo me pregunto si mi forma de enfrentarme a la Vida, a los
problemas, a los golpes que nos dan, tiene su base en mi origen, en mis genes,
en la historia de mi sangre. Me pregunto si mi personalidad, si mi carácter, es
una mezcla de mis propias experiencias y de las experiencias de aquellos que me
dieron vida…
¿Por qué reflexiono sobre ello hoy? Porque el miércoles, estando en
boxeo (en el que llevo poquitas semanas, pero en el que me siento muy a gusto)
me tocó subirme al ring. No terminó de acostumbrarme a eso de protegerme,
olvido con facilidad colocar el guante delante de mi cara cuando me toca
golpear… ¡Dioses! Y pasó… Pasó lo que tenía que pasar… El monitor me dio y el
golpe llegó, dejándome un poco tonta. Y, entonces, el mismo ataque se repitió
una segunda vez. Pero no hubo una tercera. Porque subí el guante y esquivé el
resto.
“¿Esa es mi forma de enfrentarme a la vida?”, me pregunté.
Ir de frente, con el corazón expuesto, con la transparencia que me caracteriza
(Hasta mis Piojos en clase dicen que se me nota en la cara cuando algo no me
gusta, que no puedo disimular…) y sin protección. Tengo mi Armadura de
Caballero de Oro, que aguanta los golpes, dura y llena de fisuras, pero, en
realidad, si lo pienso, no me protege en sí, solo resiste. Muy bien. Entonces…
¿Debemos protegernos ante los golpes por si llegan? Y… Si no llegan… ¿Tenemos
que ir siempre con un guante imaginario ficticio levantado? ¿Se puede vivir
siempre con el temor a ser golpeado? ¿O no? Lucho, resisto, me caigo y me
vuelvo a levantar. Una y otra vez. Sigo hacia delante, con heridas múltiples en
el Alma, en el Corazón… Algunas cicatrizan, otras no. A veces, deseo darle
marcha atrás al reloj, cambiar ciertas partes de mi historia, pero… Y si… ¿Y si
mi Historia debía ser así? ¿Destino? No del todo… Pero… ¿Qué me lleva a decidir
una opción u otra? ¿Elegimos con Libertad? Yo diría que no del todo… Trató de seguir
los dictados de mi corazón (Para bien y para mal, incluso cuando estos me
llevan a la perdición…), soy demasiado fiel a mis principios (Por desgracia, a
veces… Desearía no tenerlos, la verdad.), no me gusta sentirme engañada y, por
desgracia también, no pierdo la esperanza, no quiero pensar que todo es lo que
parece, pues considero que las apariencias siempre engañan (Supongo que incluso
las mías… Porque como se suele decir “quién esté libre de pecado, que tire la
primera piedra…” Es decir… Esta es mi visión de mi misma, que, por supuesto, no
debe coincidir con la de todos.), elijo quién me golpea, al fin y al cabo, las únicas personas que de verdad nos pueden hacer daño, son aquellas a las que queremos. Más bien diría que enfrento los golpes a mi manera. Y, si me rompen, es porque yo me dejo
romper, porque soy demasiado terca, porque es inevitable, porque quiero luchar,
porque no quiero huir, porque si debo rendirme, no será sin antes haberme
dejado la piel y cada parte de mí en mis propias guerras personales (Algo que,
por supuesto, no siempre termina bien, pues todo combate tiene daños
colaterales que no se pueden evitar… ¿O sí? Eso es algo que también me pregunto
con frecuencia). Aunque luego escueza a rabiar y la recuperación sea
complicada, muy complicada. ¿Es lo mejor? Lo dudo. No creo que sea la mejor
opción… Pero… ¿Quiero cambiarlo? Creo que no… ¿Es estúpido ser así? Puede…
Puede que sí… Puede que, al final, solo sea una cuestión de genes… Si Ellas y
Él siempre siguieron hacia delante, sin dejar de luchar día a día… ¿Por qué no
voy a hacerlo yo? Al fin y al cabo, es su Sangre la que arde en mis venas.
PD: Rol. Rolear. Roleaba. Lo sé. Últimamente he dejado de rolear. Disfrutaba como una enana, me apasionaba imaginar mil y una historia distinta, me flipaba... -Aba... Todo termina en "-Aba". La verdad... La verdad es que no me apetece... Nix... Mi Nix... Mi preciosa y maravillosa Ónix Nerharä... Hace mucho que me dejé de sentir como Nix y no hay día que
no me pregunte si, alguna vez, podré volver a sentirla como lo hacía antes… Una
parte de mi Dragón siempre estará ligada a mí, pero el Mundo de la Fantasía ha
cambiado tanto para mí que… Ha dejado de ser el refugio en el que me escondía.
Ese lugar en el que, cuando toda la Realidad me podía, me protegía de todo… A
veces, pienso en crear un nuevo Pj (Sin contar a Iante que mi pobre esta en
#Off) que se adapte de nuevo a mí, pero… No sé si quiero. No sé si debo. Para
mí todo esto es mucho más importante de lo que la gente de mi entorno cree,
pues la Fantasía siempre ha formado parte de mí. Y ahora… En fin… Tengo la
sensación de que forma parte de una yo que ya no existe… Pero sí que me apetece
escribir. Y escribir mucho. Porque en este momento de mi vida me están pasando
mil cosas, porque todo cambia día a día a una velocidad demasiado vertiginosa a
la que me está costando adaptarme… Los que me conocen un poquito, saben que
escribir es una forma de poner en orden todo lo que soy… Escribir. Podría
guardar todo lo que tengo dentro de mí en un cofre de secretos. A nadie le
importan mis orígenes en verdad. Son míos. Escribir. Escribir. Escribir… Podría
encerrar todo lo que escribo en una carpeta del Pc, en el cuaderno que me han
regalado por mi cumple, pero… Quizás, ahí fuera, existan personas que, como yo,
se hacen preguntas, se cuestionan mil y un aspectos de su vida… Quizás,
escribir sea la única manera de encontrar las respuestas… Quizás…
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